martes, 17 de mayo de 2016
Horacio
Afanado con el puente levadizo del castillo de madera, no escucha la llamada, que a
grito pelado, le hace su madre desde la chirriante puerta de la cocina. Se
olvidó, una vez más, de tomar el desayuno. Doña Encarna, que así se llama la
madre, no ha dejado de preocuparse por el chaval desde que comenzó a pegar con
celofán las gafas que en el colegio, de forma rutinaria, le rompían. Doña
Encarna sabe que el chaval es blandito y se resiste a intervenir en ningún
conflicto para que vaya haciéndose cada día más fuerte. A Horacio todo le importa
bastante poco. No entiende de normas, de horarios de comidas o de tiempos de
descanso. Le atrae muy poco, más bien nada, el ocio moderno. No entiende como se
puede perder un segundo en una red social, o minutos en crear avatares,
chatear, navegar sin remos o matar a tu adversario sin verlo. Todas esas palabrejas
las oye de boca de su madre aunque no las relaciona con nada apetecible que él pueda
hacer en el día a día, en su mundo. Cuando los gritos de Doña Encarna se hacen
más broncos, Horacio agarra su vetusto radiocasete y se deja llevar por el
sonido de Cora Novoa. Se niega a llamarle Walkman, aunque bien sabe que el
dispositivo no tiene radio. A Horacio le gusta tirarse por el suelo con los
ojos cerrados y esconderse en los sonidos electrónicos de Icaro , Let my Fly o,
su favorita, Unattainable Love. Leer u oír la palabra “love” siempre le ha dado
un gustillo especial en el ombligo, desde que Doña Encarna, más tradicional,
cantaba con una ininteligible mezcla de español e inglés Love me Tender. Horacio se permite volar y hacer pruebas mentales actuando sobre las bisagras del puente levadizo del castillo para evitar que chirríen.
Quiere darle una sorpresa a su madre y arreglar, al igual que arregla sus
maltrechas gafas, el chirriar de la puerta de la cocina.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)