miércoles, 21 de marzo de 2018

Frigo

Una vez abierto mi corazón en canal, ya sólo quedaba una cosa, lo ponía en la etiqueta pegada a mi brazo derecho, conservar en frío una vez abierto.
Raudo, abrí la puerta del frigorífico, me coloqué en la balda más próxima al congelador y con la ayuda de un trozo de perejil cerré la puerta. Eché un vistazo alrededor como el que visita una obra de la calle. Queso de cabra, media cebolla descolorida, un limón moribundo a medio exprimir, un plátano llego de pecas, un cogollo de lechuga lacio, media docena de yogures sin vida, tres o cuatro huevos morenos en situación de alerta y con el código de barras visible. Categoría cero. Al menos sus madres tenían mejor vida.
Empezaba a notarse un poco de frescor y se oía ruido. Mucho ruido. El compresor trabajaba al máximo para poder mantener la temperatura de consigna. Cerré los ojos, recosté la cabeza sobre un tomate huérfano que había a mi lado y me sumí en un profundo viaje. Regresé a mi cuarta reencarnación, el día en que renací siendo ella, siendo crema de almendras. Era fuerte y contundente, pero muy dulce. Eran tiempos extraños y convulsos. Podíamos ser desterradas por el simple hecho de pensar en endulzar un café, encarceladas y apaleadas por hablar con un café, e incluso, ajusticiadas por enaltecimiento de nuestra sensualidad dulce. Recuerdo que fue un tiempo de peticiones; colgábamos nuestras etiquetas sobre las ramas de los árboles y aporreábamos nuestras tapa-cabezas a ritmo como forma de discrepancia. Fueron días en lo que se forjó la leyenda, El Futuro.
El chasquear de las pinzas de los cangrejos que debajo de mí intentaban no quedarse dormidos para evitar una muerte segura, me trajeron de vuelta. Renovado, fresco y renovado. Aparté las cebolletas, saqué de mi nariz una maldita punta de zanahoria y mientras abría la puerta del frigorífico me dio tiempo a salvar la vida a un trozo rancio de mantequilla que caía al vacío.
Sin perder un segundo en cerrar la puerta del frigo, corrí como pollo sin cabeza, y juro que no era por menospreciar o burlarme del sujeto que vivía, dicho esto con todo reparo, en la segunda balda, sino para evidenciar la premura que tenía en abrazarla fuertemente. Ya no me dolía el pecho.
Mis tres niñas son el corazón cosido a mi cuerpo, auténtica etiqueta de calidad

lunes, 19 de marzo de 2018

Quise ser

Quise ser ajo, pero me picaba mucho el corazón.
Probé a ser cebolla. Un chasco, me lastimaba el que a mi lado el resto llorase.
Pasé algunas temporadas jugoso como un tomate, otras turgente como una lechuga y unas pocas tieso como un pepino. Aquí me encontraba cómodo, lástima que repetía como un demonio. Lo dejé.
Intenté ser blandito como un queso de burgos. Se convirtió en una fantasía frustrada. Pasé la mayor parte del tiempo roto o caducado, abandonado en una esquina de la nevera con un frío que pela.
Sin ánimos, probé con las formas líquidas. Error. Al ser aceite me volví escurridizo, y asumir que era vinagre me costó un triunfo. Mi carácter se agrio superlativo.
Para finalizar, creí que la sal era el Grial de la vida y recorrí un largo y tortuoso camino de urticarias.
Y te preguntarás: ¿a que viene todo esto? La proporción de la mezcla y el resultado final lo dejo en tus manos.


"Hay que pasar por un sinfín de realidades para ser una buena ensalada"

Megatón

Hola Blanca, te escribo pasados cuatrocientos veintinueve días para saber de ti, de cómo te va, de la sensación de descanso que sobre tu cuerpo aflora pasado el tiempo sin ser taladrada o arañada por legiones de hormigas cargadas de ideas, pensamientos efímeros e intrascendentes. Y pueden parecer muy pesados para unos seres tan diminutos, pero no. Algunos tipos de heminópteros son capaces de levantar cien veces más de su peso, equivalente a que un ser humano levantase con la boca ocho toneladas. Reflexivo. El tamaño importa. Cuanto más pequeña la hormiga, mejor relación masa-fuerza se le otorga. Cuanto más pequeño el pensamiento, cuanto más ínfimo, más fuerza de expresión. Una explosión de ocho toneladas, un mínimo Megatón para una mínima idea que puede llegar a ser un trueno nuclear. Es hora de activar la carga, de llamar a las hordas de hormigas para que, poco a poco, gramo a gramo, exploten sobre tu espalda, Blanca. Ahora, con fuerzas renovadas, podrá volver a contarme que se siente, necesito saber si valió la pena la moratoria nuclear.